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Una leve exageración
Muchas gracias al equipo de Galimatías por la invitación a participar en la entrega de una pequeña reflexión semanal. Vamos a compartir ideas y reflexiones sobre temas que nos gustan, que nos parecen relevantes y que creemos que a alguien más les pueden ser de interés. Serán textos breves de temas variados —música, arte, literatura—; y dadas nuestras inclinaciones particulares, el terreno común de estas reflexiones oscilará entre los campos de la poesía y de la arquitectura: ese espacio tan fascinante que se genera en el cruce de estos dos mundos.
Al leer textos sobre crítica poética, nos hemos dado cuenta, más de alguna vez, de que al sustituir la palabra poesía por la palabra arquitectura y poeta por la palabra arquitecto, el significado es igualmente válido —siempre revelador— para el campo de la arquitectura. Dice Adam Zagajewski (Lvov, actualmente Ucrania, 1945-), poeta polaco, al respecto de la naturaleza de la poesía:
“Pienso que la poesía es una combinación de inteligencia y magia. La proporción entre las dos varía. Eugenio Montale cita a un jesuita italiano del siglo XVII quien dijo que ‘la poesía es un sueño soñado en presencia de la razón’. Es una definición muy bonita, y uno podría invertirla; podríamos decir que la poesía es discurso en presencia de un sueño. Discurso es inteligencia, conocimiento del mundo… No obstante, la poesía no es discursiva: va más allá: la poesía existe por unos cuantos momentos mágicos; sin esos momentos mágicos, no hay poesía.”
Veamos: la arquitectura es una combinación de inteligencia y magia. La proporción entre las dos varía. La arquitectura es un sueño soñado en presencia de la razón. Invirtiendo la definición, uno puede decir: arquitectura es discurso en presencia de un sueño. Discurso es inteligencia, conocimiento del mundo… No obstante, la arquitectura no es discursiva: va más allá: la arquitectura existe por unos cuantos momentos mágicos; sin esos momentos mágicos, no hay arquitectura. ¿Una leve exageración?
“Una leve exageración”. Ese es precisamente el nombre que hemos elegido para esta columna. Una leve exageración es además el título de un libro de Zagajewski, recién publicado en español por la editorial Acantilado. El propio autor recuerda —a propósito de una entrevista realizada a su padre— lo siguiente:
“Y, por fin, mi padre le dijo [al entrevistador] con la voz un tanto enronquecida, propia de cuando uno está desconcertado: ‘Es una leve exageración’. Una leve exageración. Cuando lo leí, me entró un ataque de risa por lo bien que aquello reflejaba su opinión sobre la poesía, ¡qué digo sobre la poesía!, sobre todo ese estrafalario universo que había engullido a su hijo. Una leve exageración. Eso es lo que los ingenieros piensan de la poesía. Creen que no tiene nada de malo y que, en principio, no tiene por qué derivar en la mentira, en el esteticismo y en el afeminamiento, aunque puede hacerlo, y lo único reprobable es el hecho de que sea una exageración. Una leve exageración. Exagera, realza innecesariamente los trazos y las líneas de la realidad, hace que a la realidad le entre calentura y que baile.”
Es justo esto lo que nos interesa en nuestra columna: las exageraciones —en el campo que sea— que hacen que a la realidad le entre calentura y que baile; que la infecten, deliberada o inadvertidamente, con el germen de lo poético. Como bien señala Zagajewski: “una leve exageración: de hecho, es una buena definición de la poesía. Una definición perfecta para los días fríos y nublados que despuntan tarde y hacen vanas promesas de sol. La poesía es una leve exageración mientras no hagamos de ella nuestro hogar, porque entonces se vuelve realidad. Y luego, cuando la abandonamos —porque nadie puede morar en ella siempre—, vuelve a ser una leve exageración”.